Logo del 24 Seminario


En el centro de la imagen de las personas caminando, multicolores, con banderas en alto, representa la vida de los pueblos. La silueta Argentina sumada al contorno continental de color verde, refuerza el sentido plural de pueblos, muestra la amplitud de la participación y refleja la impronta latinoamericana de los Seminarios.
La moneda partida de fondo alude sin rodeos ni eufemismos a la cuestión central de la distribución de la riqueza. Lejos de que el alcance temático se agote en lo económico, la imagen de las porciones de moneda es lo suficientemente contundente para representar todo tipo de riquezas que es necesario distribuir para favorecer la Vida. Como detalle, las porciones no son exactamente iguales.
Alrededor, las palabras del lema combinan colores permitiendo nuevas lecturas: “Pueblos” y “Distribución” son del mismo color, y también “Riqueza” y “Vida”.

Autores: Sebastián Prevotel y Lucas Spigariol

¡Distribución de la Riqueza! para la Vida de los Pueblos

por Lucas Spigariol

Durante muchos años –más precisamente en 22 de los 23 Seminarios realizados- incluimos en la formulación del lema, que sintetiza y a la vez dispara la temática central a abordar, la categoría “pobres”, término de gran densidad teológica y sociológica, lamentablemente no pocas veces vaciado de contenido. En la mayoría de las oportunidades, sobre todo los primeros años, lo expresamos como “Opción por los pobres”, lo que nos ayudó a ir construyendo una identidad propia en sintonía con el caminar de la Iglesia Latinoamericana. En los últimos años, comenzamos el lema con “Desde los pobres…”, planteando el punto de partida, el lugar teológico y el sujeto constructor de la historia. En el anterior Seminario, por primera vez sin la palabra “pobres”, afirmamos un contundente “Desde los pueblos crucificados…” lo que le dio un giro semántico a la expresión, por un lado evidenciando con mayor crudeza las situaciones de injusticia y a la vez como signo teológico, haciendo referencia a la esperanza, la lucha y la determinación por vivir. En esta oportunidad, hablamos de “riqueza”, más precisamente de su distribución, y le damos mayor sentido poniendo como horizonte la vida de los pueblos. Esta formulación plantea una serie de tensiones muy interesantes para abordar y que despiertan preguntas y respuestas movilizadoras para la acción.

Riqueza

En primer lugar, elegir el término “positivo” le da una perspectiva diferente a la tensión pobreza/riqueza. Sin lugar a dudas –y aunque parezca obvio afirmarlo- no queremos la pobreza, preferimos la riqueza. Frente a ciertos espiritualismos –bienintencionados en el mejor de los casos, promotores de resignación, generalmente - que idolatran una noción mística de pobreza, asociada a cierta bondad, desinterés y camino de calvario hacia la Vida Eterna, la propuesta del Seminario es claramente contra la pobreza. Como nos decía Gustavo Gutiérrez ya hace unos años, “Cuando hablamos de opción por el pobre, opción primera, prioritaria y preferencial, queremos decir: opción por el pobre y opción contra la pobreza. Se trata de una opción por las personas que sufren una situación inhumana y de muerte. La pobreza, en última instancia, significa muerte, muerte temprana, muerte injusta, muerte física y muerte cultural”[1]. Queremos hacer una opción por más riqueza para todos y todas. Al traducir las grandes consignas que hemos sostenido en los Seminarios -“más humanidad, más dignidad y más vida”- a situaciones concretas, hablamos de mejores ingresos, de luchas salariales y laborales, del acceso a vivienda, salud y educación, todos aspectos para los cuales es fundamental ubicar en el centro de la discusión los recursos, los bienes, la economía, o sea, la riqueza –o como también lo formulamos en uno de los últimos lemas, la “materialidad” de la vida-. Frente a una pobreza que es impuesta como restricción, como límite, como negación de oportunidades, entendemos la riqueza como posibilidad de elegir, como herramienta para la libertad, en definitiva, el poder decidir qué hacer y cómo vivir. En una mirada más amplia, cuando nos referimos a la realidad latinoamericana, al neoliberalismo o a las políticas de Estado, la apuesta es también a que los mecanismos y estructuras de generación y distribución de la riqueza que se dan en ellos sean objeto de análisis y conflicto. No se trata de abandonar las consignas históricas sino de resignificarlas: No se puede resolver el problema de la pobreza sin abordar la cuestión de la riqueza. Si seguimos preocupándonos por las consecuencias sin atender a las causas, no hay proyecto posible para la vida de los pueblos.

Distribución

Y así surge la otra tensión fundamental: distribución/acumulación. El problema de la riqueza no es en sí su abundancia sino su carencia. O mejor dicho, el contraste entre ellas, la desigualdad en su distribución, en definitiva, la injusticia. El asunto es la acumulación y concentración de riqueza, los mecanismos sociales que promueven, legitiman y naturalizan la coexistencia de minorías enriquecidas y mayorías empobrecidas, y no como casualidad, efecto colateral o mal necesario en camino hacia algo mejor, sino como causalidad, como elemento constitutivo del orden económico mundial vigente. En los Seminarios, innumerables veces describimos las amenazas del Dios mercado, denunciamos los crímenes del capitalismo, analizamos las estructuras y procesos de marginalización, opresión, exclusión, expulsión, victimización, crucifixión, con estos y muchos otros términos, de acuerdo a los contextos del momento e identificándolos en situaciones concretas de nuestros pueblos. Este año la invitación es nuevamente a mirar las realidades de injusticia que nos rodean, pero prestando especial atención a los conflictos sociales, las luchas políticas, las disputas en la construcción de sentido y las diferentes interpretaciones religiosas en relación a la distribución de la riqueza. La lógica de la acumulación seguida del “derrame” es absolutamente falsa y sin demasiado esfuerzo se pueden encontrar abundantes ejemplos en nuestra historia: El que ya llenó su “copa”, siempre puede conseguir otra más grande para seguir llenándola y, si se le caen filantrópicamente algunas gotas cada tanto es generalmente para mantener la ilusión del posible derrame y para apaciguar los embates de quienes sedientos se la quieren arrebatar. Nuestros pueblos, de muchas maneras, reclaman una mayor y mejor distribución, más posibilidades de acceder, disfrutar y compartir lo que entre todos generamos y que algunos acaparan y ostentan impúdicamente. Desde donde se lo mire -lo teológico, lo sociológico, lo económico, lo cultural- la distribución es una cuestión pendiente e impostergable para la vida de todos y todas. Nuestro país, Latinoamérica y buena parte del planeta conservan las heridas provocadas por los proyectos depredatorios de acumulación a lo largo de la historia, favorecidos por complicidades y silencios, indiferencias y engaños que es necesario desentrañar y transformar. [2]


Pueblos

Otra variable fundamental que plantea el lema del Seminario es la relación individual/colectivo. Lo que da sentido a la riqueza como valor es su carácter colectivo, su destino para sujetos plurales en su multiplicidad de formas organizativas colectivas, y en definitiva como pueblos. En oposición, el proyecto capitalista entiende el interés individual como motor de la historia, sobreentiende que siempre que se habla de riqueza se lo hace en términos individualistas y plantea como fin último la acumulación infinita sin importar a los demás sujetos que queden fuera o sea necesario pasarle por encima para lograrlo. Bien lo caricaturiza Manolito, uno de los amigos de Mafalda, cuando en una de sus tiras cómicas (¿cómicas?) afirma que “nadie puede amasar una fortuna sin hacer harina a los demás”[3].

La vida de los pueblos –en su doble pluralidad, con pueblo como sustantivo colectivo y haciendo referencia a diferentes pueblos- le da sentido, orientación, profundidad y mística a la distribución de la riqueza. La pregunta de para qué distribuir no puede evitarse. Por otra parte, pueblo es un término que necesita una fuerte resignificación. Buscando elementos en la historia reciente, primero la dictadura y luego el asalto neoliberal, junto por las cíclicas crisis económicas, favorecieron la dispersión del pueblo, la fragmentación de sus experiencias organizativas, la dificultad de encontrar identidades comunes. Este fenómeno no es nuevo; así lo expresaba Orlando Yorio cuando nos preparábamos para el 15 SFT: “La diversificación y el debilitamiento del sujeto "pueblo", por una parte, hacen más dificultoso el poder reconocer la unidad y las coherencias de la marcha de los pobres en la historia. Y por otra, ocasiona otra gran dificultad: la de hacer memoria. Hacer memoria parece una de las tareas más importantes para recuperarnos de la dispersión.”

Vida

Por último, la restante categoría expresada en el lema, vida, plantea su tensión con todos los signos de muerte que pueblan nuestra realidad. La contundencia del término, con su abundante fundamentación bíblica y teológica y su utilización en las ciencias sociales, permiten por un lado darle un sentido de intencionalidad a la distribución de la riqueza, como afirmábamos respecto del uso de la palabra pueblos, y también remite a las ideas de más humanidad, de vida abundante y de materialidad de la vida, abordadas en los últimos Seminarios, y a innumerables menciones y reflexiones a lo largo de todo nuestro recorrido histórico como colectivo teológico.

¿Cómo hacemos?

El abordaje de estas problemáticas en el presente Seminario lo haremos primero viendo cómo estamos y cómo hicimos para llegar a dónde estamos y luego trabajando sobre cómo transformar la realidad con nuevas formas y estrategias. En este sentido, es oportuno retomar las preguntas del “cómo” que dejamos planteadas sobre el final del Seminario anterior: “Cuando nos preguntamos ‘¿cómo hacemos esto?’ es porque queremos pasar a la acción. Ya no nos conformamos con lo que venimos haciendo y queremos hacer alguna otra cosa. Preguntamos cómo ir mas allá de lo que estamos haciendo ahora, cómo entramos en una nueva etapa, un nuevo compromiso. Es peligrosa, porque demuestra nuestra disposición a actuar, a arriesgarse, a probar nuevas formas.” [4]
Toda transformación trae conflicto. No un dialogo que evita el conflicto, sino que lo pone sobre la mesa, que permite visualizar las tensiones e intereses diferentes, enfrentados o irreconciliables. Creemos en un Jesús que tuvo fuertes conflictos y no los esquivó, ni siquiera antes la amenaza cierta de su muerte violenta.
Estamos viviendo un momento histórico, una oportunidad de abordar las grandes problemáticas que pasan por tocar el nudo de la riqueza, que no es sólo dinero, sino la posibilidad de alimentación, educación, cultura, vida, lo que nos lleva necesariamente a pensar qué proyecto de país queremos y somos capaces de elaborar.
En numerosas comunidades y organizaciones sociales y políticas hace tiempo que hablamos directa o indirectamente de la distribución de la riqueza, a pesar de haber sido un tema sin mayor presencia y repercusión en la opinión pública y en los discursos mediáticos. Pese a ello, la insistencia y constancia en las afirmaciones ayudó sin dudas a que este discurso adquiriera creciente visibilidad. En la actualidad, debido en buena parte a los conflictos de intereses económicos que tuvieron en vilo a nuestro país durante el año, la distribución de la riqueza se convirtió en frase frecuente en boca de dirigentes de todo el espectro político, ya sea por convencimiento o por ser “políticamente correctos”, desde los sectores económicos más concentrados hasta los diferentes poderes del Estado, opositores y oficialistas, derechas e izquierdas. Más allá de matices y posibles posicionamientos particulares, celebramos la irrupción de este conflicto –y de tantos otros- por las posibilidades y preguntas que plantea:


  • ¿Dónde está instalada la riqueza? ¿Quiénes la atesoran y administran? ¿Cómo distribuir? ¿Cuánto? ¿A quién se le da y a quién se le quita? ¿Quiénes participan y deciden los mecanismos de distribución?
  • ¿Qué actores sociales intervienen en la reproducción y legitimación de los proyectos de acumulación?
  • ¿Qué papel juegan los medios masivos, los partidos políticos, los variados sectores económicos, los movimientos sociales, las iglesias, la opinión pública, etc?
  • ¿Qué elementos podemos recuperar de la praxis del Jesús histórico para suscitar dinamismos inclusivos que involucren a la diversidad de los pueblos en la gestación de un proyecto común?
  • ¿Cómo podemos conjugar pueblos, distribución, proyectos históricos y vida?[5]

Son preguntas que probablemente no respondamos completamente pero que seguro profundizaremos y nos animarán en el camino.

Ejes centrales

El tema central planteado en el lema lo abordaremos a lo largo de la semana focalizando la discusión en tres grandes ejes que nos aportan diferentes perspectivas:

  • Eje Histórico (sociopolítico y eclesial)
  • Eje de las Culturas Populares y Medios
  • Eje Teológico