Una pregunta pendiente

Hacia el 24 SFT

Aún nos sigue llegando el eco de la pregunta que surgió como clamor común en “La Juntada” del último Seminario en Santiago del Estero: “¿Cómo?”. Sin dudas, una pregunta peligrosa que exige una respuesta inédita y creativa. Una pregunta que nos exige fidelidad a la realidad, conciencia histórica y una mirada teológica a los caminos transitados como pueblo(s) hasta el día de hoy.

Ezequiel Silva

El 2010, año del publicitado “bicentenario”, se nos presenta como un horizonte simbólico, que ciertamente puede ser diabólico.

Al hablar de horizonte simbólico nos referimos a un horizonte común donde puedan conjugarse todos los anhelos populares de felicidad, fiesta y plenitud. La palabra símbolo, desde su origen griego, nos remite a aquello que une, que pone en referencia dos realidad diversas pero que en el símbolo se hacen comunes y se reclaman la una a la otra.
El símbolo une, pero no homogeiniza. Diabólico, en cambio, viene –en su origen griego- de separar o dividir en dos.

Los sucesos vividos como pueblo en los últimos tiempos nos plantean muchas preguntas: de cara a lo sucedido durante el conflicto campo-gobierno. ¿Será el 2010 un horizonte simbólico, que pueda conjugar nuestras esperanzas y proyectos de país, fundamentalmente de los sectores olvidados, o se está gestando un escenario diabólico?; ¿durante los días del conflicto no hubo discursos que verbalizaban proyectos de país que tendían a una división (diabólica) antifraterna?
Sabemos que las simplificaciones que escuchamos y vimos durante aquellos días no se corresponden totalmente con la realidad y que debemos complejizar el escenario ante el trayecto histórico de nuestro pueblo. El debate público que captó masivamente la mirada de la opinión pública, que esconde la pregunta por nuestros proyectos históricos como pueblo(s), merece ampliarse.

Surgen entonces las preguntas con la mirada puesta en el 2010, ¿no será necesario recuperar los diversos relatos y proyectos históricos que se enraízan en el suelo de nuestro país?, ¿no habrá que habilitar las voces silenciadas, los rostros encubiertos? Hay una pluralidad de proyectos históricos, de pueblos, de culturas que reclaman su participación en la definición de la nación que queremos ser. ¿Vamos a escuchar sólo a las voces más potentes? ¿Nos animaremos, inspirados por una lectura teológica de la historia, a mirar el reverso de ella? Son muchos los pueblos que han sido sujetos dinamizadores de cultura, esperanza y vida en nuestra tierra. Tal vez, sea deber de reparación histórica habilitar, contra todo intento de sofocar, la voz de los pueblos de una vez por todas.

La visibilidad de los proyectos históricos muchas veces ha sido –y es- en gran parte correlativa a su participación en la riqueza, en los bienes de la tierra y sus frutos. Si hay algo que debemos agradecerle al conflicto es el haber llevado por primera vez a debate público y masivo, desde el retorno de la democracia en el 83´ a nuestros días, la cuestión de la distribución de la riqueza. Otra cosa que debemos agradecer es que cada actor se mostró no como dice ser, sino como es: el gobierno, “el campo”, la Iglesia... Los conflictos tienen esas virtualidades.

La vida de nuestros pueblos reclama una mayor distribución de la riqueza. De otro modo su participación en el debate por el país que queremos será desigual. Se trata de una cuestión pendiente e impostergable tanto desde una perspectiva socio-política como histórico-teológica.
Nuestro país conserva las heridas provocadas por un proyecto depredatorio de acumulación que ha tiranizado otros proyectos históricos, sobre todo los de los pobres y de los pueblos originarios.


Nuevas preguntas

Para seguir respondiendo el “cómo” nos debemos más preguntas:

  • ¿Qué papel juegan los medios masivos en la reproducción y legitimación de ese proyecto neoliberal de acumulación que pretendía que la vida de los pueblos sería fruto del “derrame” o “desborde” de la riqueza impúdicamente acumulada?
  • ¿Qué tipo de comunicación ha sostenido la injusticia estructural?
  • ¿De qué modo se han involucrado los movimientos sociales?
  • ¿Qué simbólica ha oprimido y reprimido la creatividad de los pueblos en la reproducción de su vida y en el acceso a los bienes de la tierra?
  • ¿Qué papel han tenido las Iglesias en ello?
  • ¿Es posible una simbólica cristiana que se nutra de la praxis del Jesús histórico para suscitar dinamismos inclusivos que involucren a la diversidad de los pueblos en la gestación de un proyecto común?
  • ¿Qué teología será necesaria para la distribución de la riqueza, para la participación plena en la vida material, presupuesto indispensable para el desarrollo espiritual y ámbito primario de su realización?

La pregunta por el “cómo” no puede responderse inercial o automáticamente. Debe responderse real e históricamente. Esto es lo que queremos intentar encuadrar en el próximo SFT.

Avanzando en la rumia y la reflexión, queremos que el Seminario de Mar del Plata nos ayude a seguir respondiendo a la pregunta que cobró forma en Santiago: ¿cómo podemos conjugar pueblos, distribución, proyectos históricos y vida? Una pregunta que probablemente no respondamos completamente pero que seguro profundizaremos y nos animará en el camino.

2 comentarios:

Gabriel Andrade dijo...

¿Y cómo sería entonces, desde el hoy y para nosotros, iglesia-comunidad-peregrina, la construcción del Reino de Dios de justicia?
Recuerda José Antonio Pagola que algunos de los que acompañaron a Jesús en su última visita a Jerusalén se admiraron al contemplar “la belleza del templo”. Jesús, por el contrario, vio que en aquel lugar grandioso no se estaba acogiendo el Reino de Dios y por eso lo da por terminado: “Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido”.
De pronto, sus palabras rompieron la insensibilidad y el autoengaño que se vivía en el entorno del templo. Aquel edificio espléndido estaba alimentando una ilusión falsa de eternidad. Aquella manera de vivir la religión sin acoger la justicia de Dios ni escuchar el clamor de los que sufren es engañosa y perecedera: “todo aquello será destruido”.
Las palabras de Jesús no nacen de la ira. Menos aún, del desprecio o el resentimiento. El mismo Lucas nos dice un poco antes que, al acercarse a Jerusalén y ver la ciudad, Jesús “se echó a llorar”. Su llanto es profético. Los poderosos no lloran. El profeta de la compasión sí. Jesús llora ante Jerusalén porque ama la ciudad más que nadie. Llora por una “religión vieja” que no se abre al Reino de Dios. Sus lágrimas de profeta expresan su solidaridad con el sufrimiento de su pueblo, y, al mismo tiempo, su crítica radical a aquel sistema religioso que obstaculiza la visita de Dios: Jerusalén (etimológicamente “ciudad de la paz”) “no conoce lo que conduce a la paz” porque “está oculto a sus ojos”.
La actuación de Jesús puede arrojar luz sobre la situación actual. A veces la única manera de abrir caminos a la novedad creadora del Reino de Dios es dar por terminado aquello que alimenta una religión anacrónica, caduca, pecaminosa; que no genera la vida que Dios quiere introducir en el mundo.
Dar por terminado algo vivido de manera sacra durante siglos no es fácil. Se empieza condenando las falsedades, imposturas e ideologías de quienes lo quieren conservar como eterno y absoluto. Se hace “llorando”, pues los cambios exigidos por la conversión al Reino de Dios harán sufrir a muchos.
Los profetas denuncian los pecados de la Iglesia justamente llorando.
Lo cierto es que Jesús no dio en ningún momento una lección magistral sobre el Reino de Dios y nunca lo explicó sistemáticamente. Pero en el conjunto de la vida de Jesús está clara su predicación sobre Éste. Proclama Jesús desde el inicio de su predicación: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertios y creed en la Buena Nueva” (Mc 1, 14-15). Sus destinatarios primarios son las víctimas, los sujetos frágiles, todas aquellas personas a las que se las excluye: “Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios. Bienaventurados los que tenéis hambre ahora, porque seréis saciados. Bienaventurados los que lloráis ahora, porque reiréis” (Lc 6, 20-21). Un Reino que ya es, aún cuando todavía no lo sea en plenitud. “Sin acontecimientos históricos liberadores no hay crecimiento del reino”, escribe Gustavo Gutiérrez. Sólo en la medida en que se producen hechos concretos de liberación -ciegos que recuperan la vista, paralíticos que vuelven a caminar, leprosos que son curados, “endemoniados” (enfermos) que son liberados, hambrientos que son alimentados...- el Reino, a la vez promesa y realidad, se vuelve parcial pero suficientemente inteligible a los hombres.
Para Jesús, el Reino de Dios no es sin más otro mundo, sino este mismo mundo, pero totalmente otro. La identidad del Reino esperado está en continuidad con este mundo. La salvación es “homosalvación”. El Reino, que habrá de ser este mismo mundo, lo será pero de una forma enteramente renovada. No será “otra tierra (cielo)”, sino una “tierra otra”, nueva, enteramente renovada, retornada a su transcendida novedad original.
Hacia tal Reino de Dios no se puede avanzar sino por el sendero de la transformación histórica. ¡La tierra es el único camino que tenemos para ir al cielo!. No podemos hacer Reino sino en la historia. Salirnos o despreocuparnos de ella en nombre de un supuesto cielo transhistórico que nada tuviera que ver con la historia, sólo sería un infantilismo -en el mejor de los casos- o directamente actuar con mala fe. No podemos construir un cielo nuevo sino haciendo nueva la vieja tierra. Transformando la historia configuramos el cielo futuro.
Por esto mismo se puede llegar a ser hasta “contemplativos” en este proceso de liberación, inmersos en sus noches más oscuras, ya que esta historia nunca termina...
Un cristianismo sin esperanza, sin utopía, sin lucha apasionada por la construcción del Reino no sería seguimiento de Aquél apasionado luchador -revelador de Dios- que mantuvo su esperanza sostenida hasta el final de su vida.
Afortunadamente, no podemos decir que Jesús no pueda ser modelo para nosotros en estos tiempos por el hecho de que él no hubiera vivido tiempos de crisis de esperanza como los nuestros. La lucha y la esperanza de Jesús también atravesó sus crisis.
Debió serle fácil al principio la esperanza, cuando constataba en el pueblo aquella respuesta entusiasta que le hacía venir en su búsqueda en muchedumbre o que le quería proclamar rey. Se debió sentir peor cuando muchos le fueron dejando quejándose de que aquel lenguaje era un tanto duro. La posterior “crisis de Galilea” debió ser una “noche oscura” para su esperanza: parecía que no había salida; aquél camino no conducía a ninguna parte. “¿Sigo o no sigo?”, se debió preguntar su parte humana. “¿Merece la pena esta lucha, o es mejor abandonar?”. Pero decidió continuar y “subir a Jerusalén”, a tumba abierta. Poco después sudaría sangre en el huerto, temblando ante los riesgos de muerte que estaban a punto de hacer presa en él. Siguió adelante, confiando quizá desesperadamente en que el Padre no le iba a abandonar, y en que hasta el último instante podría aparecer una salida. Pero el momento de la verdad llegó, desnudo como el beso de la muerte. Entre la espada y la pared, en la cruz y ante la muerte, Jesús debió sentir que ya no había tiempo para engañarse: el Padre le pedía no ya que esperara alguna salida, sino que confiara en él sin tener ningún otro apoyo, con una esperanza contra toda esperanza. Y Jesús no falló: “en tus manos encomiendo mi espíritu, (mi Causa)”
Esa fue su mejor y mayor esperanza, mucho más valiosa que aquél primer optimismo entusiasta que le llevó por los caminos de Galilea fácilmente empujado por el fervor de las multitudes. La esperanza en la noche oscura de la crisis de Galilea, de Getsemaní y de la cruz, fue la consumación de su esperanza.
Extrapolando lo que afirma la carta a los Hebreos, podemos decir sin duda que hoy en nuestros tiempos, quizás de noche oscura para la esperanza y las utopías, también nosotros debemos tener “fijos los ojos en Jesús, iniciador y consumador de nuestra... esperanza” (Hb 12, 2).
Como bien señala Imanol Zubero, la realidad de injusticia en que vivimos no tiene por qué alimentar necesariamente una actitud y una práctica de acomodo o de adaptación a la realidad presente. El hecho de que las cosas estén como están lo mismo puede llevarnos a la conclusión de que no hay nada que hacer como a la de que todo o casi todo está aún por hacer.
¿Cuántas almas no enfermas de capitalismo nos quedan? En su versión hebrea, la palabra enfermo significa “sin proyecto”, y ésta es la más grave enfermedad entre las muchas pestes de estos tiempos...
Como señaló acertadamente Milan Machovec: la fuerza del mensaje de Jesús, aquello que tocó los corazones y puso en marcha a sus discípulos, no fue tanto un mensaje sobre el futuro que ha de venir a la manera de las tradiciones mesiánicas populares, sino un mensaje sobre un futuro que es asunto nuestro, a la vez promesa y reto a la movilización de todas nuestras capacidades de humanización del mundo ya, desde ahora.
Jesús disuade a los hombres de una concepción de tipo profético-popular, en la que tradicionalmente se habían centrado los intereses y las atracciones de los descontentos, atraídos por promesas fantásticas. Y los lleva, más bien, a convencerse de que el futuro es “asunto suyo”, aquí y hoy, un asunto que atañe esencialmente a cada persona humana “interpelada” de ese modo. En este sentido Jesús sustrajo el futuro a las nubes del cielo para convertirlo en una cuestión presente de cada día; el futuro no es algo que “viene”, que llega de lejos, desde fuera, independientemente de nosotros, algo así como un cambio atmosférico; el futuro es asunto nuestro, dado que en cada instante el futuro es una exigencia del presente, un reto a las capacidades humanas, que hemos de movilizar hasta el máximo en cada instante.
Es cierto que nada de esto elimina las dificultades derivadas de la urgencia por ver realizarse, aunque sólo sea de manera incipiente, la promesa de Dios. Pero sí nos ofrece una pauta de lectura de la realidad que nos permita discernir, desde ahora, los signos de liberación que anticipan la transformación que el futuro prometido por Dios está produciendo en nuestro tiempo. El futuro no es algo que esté ahí, algo que nos esté esperando y hacia lo que avanzamos inexorablemente, sin otra opción que la adaptación. El futuro nos transforma en la medida en que es anticipado -definido, preconstruido- ya desde ahora. El futuro actúa en el presente en la medida en que es en el presente cuando ponemos las bases de lo que el futuro tiene que ser. Pensar el futuro es, de alguna manera, anticiparlo.
Por eso, no es posible situarse en el presente si no es en el marco de un proyecto de futuro. Tratar de definir, entre los varios futuros históricamente posibles y la estructural incertidumbre que la vida contiene -aquel concreto futuro que deseamos- exige tomar decisiones y adoptar estrategias desde hoy mismo. Por otra parte, ya sabemos que tampoco el pasado es lo que ha sido, sino lo que en un momento determinado se dice que ha sido. Inventar tradiciones es una práctica fundamental, constituyente de cualquier sociedad. Entre pasado y presente, al igual que ocurre entre presente y futuro, se establecen relaciones de mutua alimentación. El futuro se decide, en buena medida, hoy. Es por eso que el futuro nos transforma.
Si la promesa del Reino, en cuanto perteneciente al depósito de la fe, resultara ser nada más que una experiencia inexplicable, y por eso mismo, incomunicable, indecible, inenarrable, estaría de sobra todo lo que al respecto podamos decir. Pero estamos llamados a dar respuesta a todo el que nos pida razón de nuestra esperanza (1 Pe 3, 15). La nuestra ha de ser una esperanza razonable, lo que no quiere decir que la exposición de las razones de nuestra esperanza sea suficiente para convencer a nadie. Probablemente, tal cosa no será posible si no logramos aprehender la realidad también desde la perspectiva de una razón sensible que nos capacite para presentir lo nuevo que está naciendo en el seno de un mundo que gime con dolores de parto.
Muchos cristianismos al uso no tienen verdadera presencia de Reino. Ello se refleja sobre todo en su actitud ante las esperanzas y las utopías. Ante estos tipos de cristianos y de cristianismos, decimos que un cristianismo sin Reino no es verdadero cristianismo, ya que les falta lo esencial cristiano; no es simplemente una mayor o menor “calidad” del cristianismo, sino la afirmación o negación de su misma esencia. Son formas religiosas “paracristianas” que utilizan los símbolos y conceptos cristianos pero colocándolos fuera de todo planteamiento histórico-utópico propio del Reino. Están centradas en torno a un Jesús sin Reino, y, consecuentemente, a un Dios sin Reino. Toman el nombre de Jesús en vano. Y en falso, porque en su nombre hacen y difunden muchas veces lo contrario de lo que Él hizo, aquello incluso a lo que más se opuso en su tiempo.
¿Cuál es, entonces, la actualidad del Reino predicado por Jesús? Probablemente la misma de siempre: la oportunidad que nos brinda para seguir encontrando, en medio del mal, experiencias concretas de humanización y liberación; y para comprender estas experiencias no como fragmentos inconexos, pequeños tesoros (en el mejor de los casos) restos de un naufragio que las aguas llevan hasta la playa, sino como hitos que señalan un sendero posible hacia un futuro distinto.
Hoy son la teología y la espiritualidad de la liberación quienes han asumido mayoritariamente la construcción del Reino en la denuncia profética, y han tenido que cargar sobre sí el mismo conflicto que los profetas bíblicos y que los profetas de siempre afrontaron tanto frente a los poderes civiles como frente a los detentadores del poder institucional de la respectiva religión establecida. El escándalo está ahí, a la vista de todos, pero tan profundamente introyectado en el inconsciente occidental que muchos no lo captan. El escándalo está en todos esos cristianismos “complacientes”, “suaves”, “sensatos”, “políticamente correctos”, que huyen de “radicalismos” conviviendo con el sistema sin mayores problemas. Son cristianismos “descafeinados”, que con el paso del tiempo han perdido la memoria peligrosa de Jesús y de su Causa. Han olvidado que originalmente eran seguidores de un profeta radical que murió como ajusticiado político y religioso porque su predicación y su esperanza subvertían el sistema del templo y del imperio.
Un pensador marxista como Enrique Dussel ha reconocido que en esta nueva hora, sólo los cristianos pueden sacar adelante la esperanza que sostenía a estos otros viejos luchadores. Pero se refiere a la esperanza de calidad, fundamentada en la opción por los pobres y en la fe:
- en la verdadera opción por los pobres. No la de aquellos que optaron por los pobres porque en su análisis de materialismo dialéctico parecían los triunfadores del mañana, sino porque eran los perdedores de hoy. Y hoy día lo son más aún, y por eso los que optaron más duramente por los pobres encuentran más motivos aún para optar por ellos.
- en la fe: porque ahora ya no están estas “certezas científicas” -como las marxistas a su tiempo- en qué apoyarse. Por eso la esperanza hoy no puede ya auto engañarse: ha de ser esperanza contra toda esperanza, contra toda evidencia. No nos apoyamos en ninguna certeza humana, sino en la pura fe. Como decía un grafitty en un muro de la ciudad de Bogotá “dejemos el pesimismo para tiempos mejores”...
Si tuvieran razón los que se empeñan en hacernos creer que las utopías han fracasado y que ya no va a ser posible intentar una transformación del sistema, quien habría fracasado no serían simplemente esas utopías, sino Dios mismo y su proyecto, Jesús y su Buena Noticia, y entonces la humanidad misma. Sin el Reino de Dios el cristianismo pierde sentido y trascendencia.
Jesús es el Hijo de Dios y el Hermano universal. Él es, pues, el camino y la matriz de este proyecto histórico. Ser cristiano es seguir a Jesús, entregarse desde su Espíritu a este proyecto. Pero como la historia es siempre ambivalente, el Reino de Dios se consumará en la transhistoria. Aunque sólo lo que se siembre acá se cosechará allá. Si acá no vivimos la vida fraterna de los hijos de Dios, es decir, la vida eterna, no la viviremos después de morir. Una concreción inevitable de este apego al Jesús de los evangelios es aceptar en la práctica que los destinatarios privilegiados son los pobres: de ellos ante todo tenemos que hacernos hermanos, si pretendemos vivir la fraternidad de los hijos de Dios.
No sabemos cómo. Ni cuándo. Quizá nos toque caminar, como Moisés, previendo que no entraremos en la tierra prometida. O quizá en cualquier momento aparezca en el horizonte una luz nueva. Quizá repentinamente se quiebre esa arrogante solidez que el imperio dice poseer. Nosotros, en todo caso, no nos resignamos a dar por terminada la historia. Nos rebelamos contra el decreto de la desesperanza imperial.
Dios hace fermentar su proyecto más allá, más abajo, más al fondo y más adentro de lo que nosotros percibimos. También durante la noche oscura la semilla sigue creciendo, aunque nosotros no veamos cómo. El Reino, como “última voluntad de Dios para este mundo” vive.
Esta esperanza, hecha de fe y de amor, puede ser el hilo conductor de la espiritualidad necesaria en las noches oscuras de utopías y de esperanzas. Y el gran papel de los cristianos debe ser, en esa hora histórica, el testimonio de la inconformidad, del esclarecimiento, de la verdad y la justicia, de la tenacidad de la esperanza; de esa inclaudicable esperanza de Jesús.
Todo verdadero cristiano está llamado a esa esperanza purificada; más desde la fe, más por la construcción de ese Reinado, más por los Pobres, más como Jesús en el momento cumbre de su vida. La esperanza verdadera, como la fe, vale tanto más cuanto más gratuita es, cuantas menos evidencias tiene, cuanto más se nutre del amor al otro, cuanto más encuentra sus razones en el coraje de seguir apostando por la eterna Causa de Jesús.
Feliz el que se siente en el banquete del Reino (Lc 14,15; Apocalipsis 19,6-9). (del libro “Teología desde el camino” de Gabriel Andrade; pág. 56/61)

quetzalina dijo...

PARA AYUDAR A CONTESTAR EL CÓMO?
(orando por el desarrollo exitoso del SFT24)

Declaración de la Asamblea de los Movimientos Sociales - Foro Social Mundial (FSM), Belém, Brasil, 2009. 02 de febrero de 2009
NO VAMOS A PAGAR POR LA CRISIS, QUE LA PAGUEN LOS RICOS
Para hacer frente a la crisis son necesarias alternativas anticapitalistas, antiracistas, anti-imperialistas, feministas, ecológicas y socialistas
Los movimientos sociales del mundo nos hemos reunido con ocasión de la celebración del 9º FSM en Belém, en la Amazonia donde los pueblos resisten a la usurpación de la naturaleza, sus territorios y su cultura.
Estamos en América Latina donde en las últimas décadas se ha dado el reencuentro entre los movimientos sociales y los movimientos indígenas que desde su cosmovisión cuestionan radicalmente el sistema capitalista; y en los últimos años ha conocido luchas sociales muy radicales que condujeron al derrocamiento de gobiernos neoliberales y el surgimiento de gobiernos que han llevado a cabo reformas positivas como la nacionalización de sectores vitales de la economia y reformas constitucionales democráticas.
En este contexto, los movimientos sociales de America latina han actuado de forma acertada: apoyar las medidas positivas que adoptan estos gobiernos, manteniendo su independencia y su capacidad de crítica en relación a ellos. Esas experiencias nos ayudarán a reforzar la firme resistencia de los pueblos contra la política de los gobiernos, de las grandes empresas y los banqueros que están descargando los efectos de esta crisis sobre las espaldas de las y los oprimidos.
En la actualidad los movimientos sociales a escala planetaria afrontamos un desafió de alcance histórico. La crisis capitalista internacional que impacta a la humanidad se expresa en varios planos : es una crisis alimentaría, financiera, económica, climática, energética, migratoria..., de civilización, que viene a la par de la crisis del orden y las estructuras políticas internacionales.
Estamos ante una crisis global provocada por el capitalismo que no tiene salida dentro de este sistema. Todas las medidas adoptadas para salir de la crisis sólo buscan socializar las pérdidas para asegurar la supervivencia de un sistema basado en la privatización de sectores estratégicos de la economía, de los servicios públicos, de los recursos naturales y energéticos, la mercantilización de la vida y la explotación del trabajo y de la naturaleza, así como la transferencia de recursos de la periferia al centro y de los trabajadores y trabajadoras a la clase capitalista.
Este sistema se rige por la explotación, la competencia exarcebada, la promoción del interés privado individual en detrimento del colectivo y la acumulación frenética de riqueza por un puñado de acaudalados. Genera guerras sangrientas, alimenta la xenofobia, el racismo y los extremismos religiosos; agudiza la opresión de las mujeres e incrementa la criminalización de los movimientos sociales. En el cuadro de estas crisis, los derechos de los pueblos son sistemáticamente negados.
La salvaje agresión del gobierno israelí contra el pueblo palestino, violando el derecho internacional, constituye un crimen de guerra, un crimen contra la humanidad y un símbolo de esta negación que también sufren otros pueblos del mundo.
Para hacer frente a esta crisis es necesario ir a la raíz de los problemas y avanzar los más rápidamente posible hacia la construcción de una alternativa radical que erradique el sistema capitalista y la dominación patriarcal.
Es necesario construir una sociedad basada en la satisfacción de las necesidades sociales y el respeto de los derechos de la naturaleza, asi como en la participación popular en un contexto de plenas libertades políticas. Es necesario garantizar la vigencia de todos los tratados internacionales sobre los derechos civiles, políticos, sociales y culturales (individuales y colectivos), que son indivisibles.
En este camino tenemos que luchar, impulsando la más amplia movilización popular, por una serie de medidas urgentes como:
• La nacionalización de la banca sin indemnización y bajo control social
• Reducción del tiempo de trabajo sin reducción del salario
• Medidas para garantizar la soberanía alimentaria y enérgetica
• Poner fin a las guerras, retirar las tropas de ocupación y desmantelar las bases militares extranjeras
• Reconocer la soberanía y autonomía de los pueblos, garantizando el derecho a la autodeterminación
• Garantizar el derecho a la tierra, territorio, trabajo, educación y salud para todas y todos
• Democratizar los medios de comunicación y de conocimiento
El proceso de emancipación social que persigue el proyecto ecologista, socialista y feminista del siglo 21 aspira a liberar a la sociedad de la dominación que ejercen los capitalistas sobre los grandes medios de producción, comunicación y servicios, apoyando formas de propiedad Este sistema se rige por la explotación, la competencia exarcebada, la promoción del interés privado individual en detrimento del colectivo y la acumulación frenética de riqueza por un puñado de acaudalados. Genera guerras sangrientas, alimenta la xenofobia, el racismo y los extremismos religiosos; agudiza la opresión de las mujeres e incrementa la criminalización de los movimientos sociales. En el cuadro de estas crisis, los derechos de los pueblos son sistemáticamente negados.
Esta alternativa debe ser feminista porque resulta imposible construir una sociedad basada en la justicia social y la igualdad de derechos si la mitad de la humanidad es oprimida y explotada.
Por último, nos comprometemos a enriquecer el proceso de la construcción de la sociedad basada en el “buen vivir” reconociendo el protagonismo y la aportación de los pueblos indígenas.
Los movimientos sociales estamos ante una ocasión histórica para desarrollar iniciativas de emancipación a escala internacional. Sólo la lucha social de masas puede sacar al pueblo de la crisis. Para impulsarla es necesario desarrollar un trabajo de base de concienciación y movilización.
El desafió para los movimientos sociales es lograr la convergencia de las movilizaciones globales a escala planetaria y reforzar nuestra capacidad de acción favoreciendo la convergencia de todos los movimientos que buscan resistir todas las formas de opresión y explotación.
Para ello nos comprometemos a:
• Desarrollar una semana de acción global contra el capitalismo y la guerra del 28 de marzo al 4 de abril 2009:
o Movilización contra el G-20 el 28 de marzo;
o Movilización contra la guerra y la crisis el 30 de marzo;
o Día de solidaridad con el pueblo palestino impulsando el boicot, las desinversiones y sanciones contra Israel, el 30 de marzo;
o Movilización contra la OTAN en su 60 aniversario 4 de abril;
o etc.
• Fortalecer las movilizaciones que desarrollamos anualmente:
o 8 de marzo: Día internacional de la Mujer
o 17 de abril: Día Internacional por la Soberanía Alimentaria
o 1 de Mayo: Día Internacional de los trabajadores y trabajadoras
o 12 de octubre: Movilización Global de lucha por la Madre Tierra contra la colonización y la mercantilización de la Vida
Impulsar las agendas de resistencia contra la cumbre del G-8 en Cerdeña, la cumbre climática en Copenhague, la cumbre de las Américas en Trinidad y Tobago.
Respondamos a la crisis con soluciones radicales e iniciativas emancipatorias.
Esta vergonzosa impunidad debe terminar. Los movimientos sociales reafirman aquí su activo sostén a la lucha del pueblo palestino así como todas las acciones de los pueblos del mundo contra la opresión.
Minga Informativa de Movimientos Sociales
http://movimientos.org/